Esto sucede cuando tengo un momento libre, una pausa para respirar. Miro hacia atrás con un cuaderno y una lapicera a mano, y dejo que los recuerdos fluyan…
El relato que voy a compartir contigo comienza décadas atrás, en los años noventa. El cambio hacia un nuevo milenio ya asomaba en el horizonte. En ese tiempo nacen los primeros recuerdos de mi infancia.
El calentamiento global, las guerras, el terrorismo de Estado, los avances en computación, el Uruguay bajo el gobierno colorado de Julio María Sanguinetti, la flexibilización laboral, los impuestos, las modas, los idiomas... ¿Qué importaba todo ese mundo lejano, cuando mi mundo se limitaba a una simple manzana de barrio? Ese espacio, delineado por las calles México (hoy Zelmar Michelini), Río Negro, Gutiérrez Ruiz y Artigas, era mi universo entero. Allí encontraba un refugio perfecto, una fuga desbordante hacia la diversión y la locura. Cada tarde era una fiesta: el aroma inconfundible de la siesta se mezclaba con la promesa de una nueva aventura. ¡Qué recuerdos de los noventa!
'La casa de la abuela': recuerdos de los años noventa
- Armábamos y desarmábamos una "casa del árbol" que, irónicamente, de árbol tenía poco.
- Bailábamos bajo la lluvia mientras perseguíamos barcos de papel.
- Buscábamos a un adulto responsable para que nos llevara de pesca (con más entusiasmo que éxito).
- Cazábamos ‘panaderos’ al vuelo y reíamos como si aquello fuera un deporte olímpico.
- Cocinábamos y ensuciábamos todo a nuestro paso, desde la cocina hasta cualquier rincón del patio.
- Comíamos uvas frescas de la parra, sin preocuparnos por lavarlas.
- Competíamos, discutíamos y trepábamos árboles, dejando en el camino más de una cosa rota.
- Escapábamos hacia la plaza de juegos más cercana sin pedir permiso.
- Experimentábamos con fuego (milagrosamente, todos seguimos vivos).
- Fabricábamos trompos con tapas de plástico y clavos, y competíamos hasta que alguien lloraba.
- Frente al televisor, disfrutábamos de series animadas o nos pasábamos horas jugando en el “Family Game”.
- Inventábamos mundos paralelos y, con juguetes y ramas, nos convertíamos en los protagonistas de nuestras historias.
- Jugábamos picados de fútbol en la calle, con arcos improvisados hechos de ladrillos, escombros o ropa, y pelotas de cualquier material que estuviera a mano.
Y así, un sinfín de aventuras más, muchas de las
cuales el tiempo ha borrado de mi memoria, pero que sé que ocurrieron.
Los años pasaron. Algunas personas se fueron y nunca volvieron. El lugar cambió, y nosotros también. Crecimos, inevitablemente.
Gran parte de lo que soy, lo que pienso y valoro, nació en aquellos días. Mi identidad está anclada en ese viejo mundo inventado por la imaginación de un niño de cuatro años, un mundo que, aunque hoy parece lejano, sigue siendo mío.
¡Qué recuerdos de los noventa!