“Proceso, proceso y más proceso.” Es, sin dudas, la palabra que más ha resonado en mi mente últimamente. Sin embargo, cuando miramos a nuestro alrededor, es evidente que el resultado —lo visible— predomina sobre aquello que permanece oculto. Cada vez que nace una idea, un proyecto o un emprendimiento, pocos tienen la capacidad de ver más allá de lo tangible. Son contadas las personas que logran apreciar el esfuerzo invertido, los sacrificios realizados y los desafíos que aún están por venir. Si conoces a alguien así, no lo dejes ir: son raros tesoros en este mundo.
Nos persigue, como un hábito innato, esa necesidad de decir, de predecir lo que sucederá con lo que planeamos hacer. Buscamos ordenar el caos que nos rodea, etiquetando y clasificando personas, ideas y acontecimientos casi sin darnos cuenta. Este acto de interpretar y organizar nos lleva, sin querer, a emitir opiniones —con o sin fundamento— que modelamos según nuestras experiencias y creencias. Y, en ese ciclo continuo, opinamos.
Seguramente, más de una vez alguien te ha dicho si tendrás éxito o fracaso en lo que deseas emprender. Pero, ¿Cómo llegaron a esa conclusión? ¿Qué variables consideraron? ¿Qué lógica aplicaron? Lo que casi nunca tienen en cuenta es tu esfuerzo diario, tu dedicación, y el sacrificio de invertir un recurso tan valioso como tu tiempo, ese que no es infinito. Lo cierto es que el resultado —sea éxito o fracaso— suele imponerse como lo más visible, opacando el aprendizaje obtenido durante el proceso.
A veces pienso que no deberíamos dividir a las personas por estereotipos o etiquetas como inteligentes o no, altos o bajos, creyentes o no creyentes. Prefiero una división más esencial: quienes aprenden y quienes no. Porque, al final de cualquier camino, lo único que realmente importa es el aprendizaje obtenido. Es esa ganancia invisible la que constituye la base del conocimiento, aunque a menudo pase desapercibida. ¿Te has preguntado cuánto vale una idea? ¿O cuánto podríamos cuantificar lo que sabemos?
Eso sí, el aprendizaje no es sencillo de apreciar. Requiere tiempo, esfuerzo y, lamentablemente, está devaluado si no viene acompañado de un resultado visible. Pero la verdad es que ningún número, opinión o comentario define realmente el potencial de una persona. Solo representan un punto de partida hacia un destino que, muchas veces, ni siquiera ella conoce aún. Lo importante es reconocer que, tras cada proceso, esa persona ya es mejor que ayer. Y eso, aunque pase desapercibido, debería celebrarse más a menudo.
¿Y si el aprendizaje constante, tanto dentro como fuera de un aula, es lo que termina transformando nuestra realidad? Tal vez, la clave sea aprender y progresar, cada uno a su ritmo y en su propia historia.
Un último pensamiento: cada gesto que hacemos hacia otra persona puede tener un impacto que desconocemos. Podemos sembrar amor u odio, admiración o envidia. Pero, si logramos despertar su curiosidad y darle una razón para seguir aprendiendo, estaremos contribuyendo a algo extraordinario. Porque, al final, todos merecemos ser capitanes de nuestro propio camino, no simples espectadores o suplentes en nuestra historia.